Sócrates y el Psicoanálisis: La Mayéutica, o el método de llegar a la verdad con preguntas.
- Miguel

- 12 nov
- 8 Min. de lectura

¿Alguna vez has salido de una sesión de terapia sintiendo que descubriste algo que siempre estuvo ahí, pero nunca habías visto? Esa sensación de "¿cómo no me di cuenta antes?" tiene un origen más antiguo de lo que imaginas. Mucho antes de Freud, un filósofo griego ya había descubierto que las preguntas correctas pueden sacar a la luz verdades que llevamos dentro sin saberlo.
La conexión entre Sócrates y el psicoanálisis no es casualidad. Ambos comparten algo fundamental: la convicción de que la verdad no se impone desde afuera, sino que se descubre desde dentro. Y que ese descubrimiento solo es posible a través del diálogo.
¿Quién fue Sócrates?
Si nunca te cruzaste con Sócrates en la escuela, aquí va lo esencial: vivió en Atenas hace unos 2.400 años, pasa el día paseando por las calles y tenía el hábito de detener a la gente para hacerles preguntas incómodas. No escribió ni un solo libro, pero cambió la filosofía para siempre.
Lo peculiar de Sócrates es que no se dedicaba a dar lecciones. Al contrario, se presentaba como alguien que no sabía nada. "Solo sé que no sé nada", es una de sus máximas más conocidas. Y desde esa posición de "ignorancia", bombardeaba a sus interlocutores con preguntas que los llevaban a darse cuenta de que tampoco ellos sabían tanto como creían.
Su método le costó enemigos. Terminó condenado a muerte por "corromper a la juventud" y "no creer en los dioses de la ciudad". Bebió el veneno de la cicuta sin resistirse, convencido hasta el final de que una vida sin examen no vale la pena ser vivida.
Lo que nos dejó fue un modo de pensar: en lugar de tragar respuestas prefabricadas, cuestionar todo. Especialmente las certezas más cómodas.
¿Qué es la Mayéutica? El arte de dar a luz ideas
Sócrates llamaba a su método "mayéutica", una palabra que viene del griego y significa "arte de partear" o "arte de asistir en el parto". Su madre era partera, y él decía que hacía lo mismo que ella, pero con ideas en lugar de bebés. No ponía el conocimiento en la cabeza de nadie; ayudaba a que cada persona sacara a la luz lo que ya llevaba dentro.
La mayéutica no es simplemente hacer preguntas al azar. Es un proceso cuidadoso que tiene varias fases:
Primero, Sócrates fingía ignorancia absoluta. Pedía a su interlocutor que le explicara algo que supuestamente conocía bien. "¿Qué es la valentía?" "¿Qué es la justicia?" La persona respondía con seguridad, creyendo que tenía la respuesta clara.
Segundo, mediante preguntas sucesivas, Sócrates mostraba las contradicciones internas de esa respuesta. No lo hacía para humillar, sino para limpiar el terreno. Era necesario demoler las falsas certezas, las ideas heredadas sin pensarlas, los prejuicios disfrazados de conocimiento. Esta fase podía ser dolorosa, porque nadie disfruta descubriendo que no sabe lo que creía saber.
Tercero, y esto es lo crucial, una vez que la persona aceptaba su ignorancia, comenzaba el verdadero trabajo. A través de nuevas preguntas, Sócrates guiaba sin imponer, sugería sin dictar. Y poco a poco, la persona empezaba a formular sus propias ideas, ya no repetidas de otros, sino genuinamente pensadas. Ideas que nacían de su propio proceso de reflexión.
Este "parto" de ideas no era fácil ni rápido. Requería esfuerzo, incomodidad, disposición a equivocarse. Pero el resultado era incomparablemente más valioso que cualquier lección memorizada: era conocimiento vivo, nacido de la propia búsqueda.
El diván y el ágora: misma mayéutica, distinto escenario
Si piensas en una sesión psicoanalítica, el analista no te va a decir qué te pasa. No te da soluciones empaquetadas ni consejos bienintencionados. Te escucha, te devuelve preguntas, señala contradicciones en tu propio relato. Y poco a poco, vas construyendo tu propia comprensión.
El paralelismo con la mayéutica es asombroso. El psicoanalista, como Sócrates, adopta una posición de no saber. No porque sea ignorante, sino porque comprende que las respuestas que importan deben venir de ti. Su función es mayéutica: ayudarte a dar a luz tu propia verdad.
Inspirando al Psicoanálisis: Freud
Freud mismo reconoció esta conexión. Aunque no usaba constantemente el término mayéutica, su método de asociación libre y escucha analítica se basa en el mismo principio: el paciente tiene en sí mismo las claves de su sufrimiento. El analista no interpreta desde un saber absoluto, sino que facilita que el propio paciente llegue a sus propias interpretaciones.
Freud decía que el inconsciente del paciente "sabe" más que la conciencia, y el trabajo analítico consiste en traer ese saber a la luz, exactamente como Sócrates ayudaba a sus interlocutores a descubrir lo que ya sabían sin saberlo.
Cuando llegas a consulta, sueles traer una versión oficial de tu historia.
"Tengo ansiedad." "No consigo mantener una relación." "Me pasa esto por culpa de aquello." Son explicaciones que te has dado, que has escuchado, que te han dado otros. El equivalente a las respuestas que los interlocutores de Sócrates daban con falsa seguridad.
Todo empieza con una pregunta
El analista empieza preguntando, escuchando, dejando que hables. Y en ese proceso, como hacía Sócrates, pueden aparecer contradicciones. Dices que no puedes confiar en nadie, pero le confiaste esto a tu hermana. Afirmas que tu madre era indiferente, pero todos tus recuerdos importantes la incluyen.
Nadie te va a acusar de nada. Lo que surgen son invitaciones a mirar mejor, a no conformarte con la primera explicación. Son el equivalente psicoanalítico de las preguntas socráticas que desestabilizan las certezas cómodas.
Y luego viene la parte creativa, la más difícil y la más valiosa. A medida que tus certezas iniciales se desmoronan, empiezas a elaborar nuevos sentidos. Conectas cosas que nunca habías conectado. Ves patrones que se repiten. Comprendes por qué ciertos síntomas aparecen en ciertos momentos. Todo esto no te lo dice el analista. Lo vas descubriendo tú, con su ayuda mayéutica.
El dolor de parir: resistencia y verdad
Aquí hay algo importante que tanto Sócrates como el psicoanálisis entendieron: este proceso duele. Dar a luz, literalmente, duele. Dar a luz ideas nuevas sobre uno mismo también.
Los interlocutores de Sócrates muchas veces se enfadaban con él. Lo acusaban de confundirlos, de complicar lo que era simple, de dejarlos peor que antes. Algunos se marchaban irritados. Solo los que podían tolerar la incomodidad llegaban a algo nuevo.
En psicoanálisis esto se llama resistencia. Es esa parte tuya que no quiere saber, que prefiere la comodidad de las explicaciones conocidas, aunque te hagan sufrir. Es la fuerza que te hace cancelar sesiones, llegar tarde, olvidar lo que soñaste, cambiar de tema cuando se toca algo sensible.
La resistencia no es un obstáculo externo al análisis. Es parte del análisis. Porque muestra exactamente dónde está el material importante, dónde hay algo que te cuesta mirar. El analista, como Sócrates, no lucha contra tu resistencia. La señala, la trabaja, respeta su función (protegerte de lo que aún no puedes ver) mientras gradualmente te ayuda a atravesarla.
Y cuando finalmente algo emerge, cuando das a luz una comprensión nueva sobre ti mismo, hay un reconocimiento instantáneo. "Claro, siempre estuvo ahí." Es la misma sensación que tenían los interlocutores de Sócrates cuando llegaban a una idea verdadera: no es que aprendieran algo nuevo del exterior, sino que reconocían algo que ya sabían sin saberlo.
El analista como partero, no como maestro
Lacan, uno de los psicoanalistas más importantes del siglo XX, retomó explícitamente el modelo socrático. Insistía en que el analista debe mantenerse en posición de no saber. Porque si el analista cree que sabe lo que te pasa, deja de escuchar realmente. Se convierte en alguien que impone sentido en lugar de ayudarte a construirlo.
Esta posición va totalmente en contra de lo que esperamos. Vamos a terapia queriendo respuestas claras. Queremos que alguien que estudió nos diga qué hacer con nuestra vida, qué significa nuestro sueño, por qué repetimos ese patrón. Y el analista... pregunta. Devuelve la pelota. Se mantiene en ese lugar incómodo de no dar la respuesta.
Esto no significa que el analista no sepa nada. Conoce teoría psicoanalítica, entiende mecanismos del inconsciente, tiene experiencia clínica. Pero ese saber no lo usa para taponar tu pregunta, sino para mantenerla abierta. Para que sigas elaborando, asociando, conectando.
Como la partera que sabe de partos pero no puede parir por la madre, el analista sabe de psicoanálisis pero no puede analizarte desde fuera. Solo puede acompañar tu propio proceso de dar a luz tu verdad.
Las preguntas del analista, como las de Sócrates, no son ingenuas. Están orientadas. Pero no hacia una respuesta predeterminada que él tiene en mente, sino hacia que tú encuentres tu verdad. Esa verdad singular, única, que nadie más puede encontrar por ti porque se trata de tu historia, tu deseo, tu inconsciente.
Preguntas que transforman
Hay algo más que une a Sócrates con el psicoanálisis: la idea de que conocerse cambia las cosas. No es un conocimiento teórico e inerte. Es un conocimiento que afecta, que moviliza, que te hace distinto.
Sócrates creía que nadie hace el mal voluntariamente. Si actuamos mal, es porque no sabemos realmente qué es el bien. El conocimiento verdadero transforma la conducta. Conocer es cambiar.
El psicoanálisis no es tan optimista, pero comparte algo de esa intuición. No basta con que el analista te explique qué te pasa. Tienes que llegar a saberlo de otra manera: vivirlo, sentirlo, reconocerlo en tu propia palabra. Ese momento donde algo "cae", donde dices "ah, claro" y sientes que algo se mueve dentro de ti, eso es lo que transforma.
Por eso el análisis lleva tiempo. Porque no se trata de acumular información sobre ti mismo, sino de atravesar un proceso mayéutico. Desarmar certezas falsas, tolerar no saber, elaborar nuevos sentidos, reconocer verdades dolorosas. Es un parto lento, a veces difícil, pero lo que nace es auténticamente tuyo.
La mayéutica socrática producía ciudadanos que pensaban por sí mismos, que cuestionaban la autoridad, que no aceptaban dogmas sin examinarlos. No es casualidad que a Sócrates lo condenaran por esto. El pensamiento propio es peligroso para cualquier poder establecido.
El psicoanálisis produce algo similar: sujetos que se hacen cargo de su deseo, que pueden mirar sus síntomas sin esconderse, que toleran la ambigüedad y la contradicción. Personas que ya no necesitan que otros les digan quiénes son o qué deben hacer.
El legado de una pregunta
Vivimos en una época de respuestas rápidas. Google nos da millones de resultados en milisegundos. Los algoritmos nos dicen qué nos va a gustar. Los libros de autoayuda prometen soluciones en cinco pasos. Todo muy eficiente, todo muy cómodo.
Pero las preguntas importantes, las que tienen que ver con quién eres, qué quieres, por qué sufres, no se responden con un clic. Requieren ese trabajo artesanal que Sócrates inauguró hace milenios y que el psicoanálisis continúa: el trabajo mayéutico del diálogo, de la pregunta que no cierra sino que abre, que no aplasta sino que hace espacio.
Si Sócrates volviera hoy y entrara a un consultorio psicoanalítico, probablemente se sentiría como en casa. Reconocería ese arte de hacer preguntas que incomodan, ese respeto por la palabra del otro, esa confianza en que la verdad puede surgir del encuentro entre dos personas que se toman en serio el asunto de pensar.
Y quizás lo más importante: reconocería que el camino del conocimiento no termina nunca. Que cada respuesta abre nuevas preguntas. Que la vida examinada, la vida pensada, la vida puesta en palabras, no es una tarea que se completa. Es una forma de estar en el mundo.
Conclusión
La mayéutica no te promete respuestas definitivas. Te ofrece algo más valioso: la capacidad de seguir preguntándote, de seguir dando a luz nuevas comprensiones sobre ti mismo.
En el fondo, tanto Sócrates como el psicoanálisis apuestan por la misma idea radical: que eres capaz de conocerte, que mereces el esfuerzo de ese conocimiento, y que nadie puede hacerlo por ti.
Para reflexionar: ¿Qué pregunta sobre ti mismo vienes evitando hace tiempo? Quizás sea hora de hacérsela a alguien que pueda ayudarte a no responderte demasiado rápido.



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